Hayedo de la Tejera Negra



El parque está configurado por los ríos Lillas y Zarzas, que nacen en el valle glaciar de la Buitrera y por un representativo y excepcional bosque de hayas, uno de los más meridionales de Europa.

El microclima del Parque, junto con su aislamiento, ha permitido la conservación de estas singulares masas vegetales.

Encontramos las hayas acompañadas de otras especies protegidas como el tejo ( el Barranco de Tejera Negra da nombre al Parque), el acebo y el abedul, además de robles, serbales, mostajos, avellanos y pinos; bajo los mismos se encuentra un sotobosque con brezales, ecobonales y jarales.






Las hayas de Tejera Negra se establecieron en épocas remotas, cuando el clima era más frío y húmedo que en la actualidad. Hoy día estos árboles encuentran refugio en valles umbríos, laderas norte, con nieblas, vientos, lluvia y escasamente expuesto al sol. En un recorrido por el parque puede observarse en el estado más puro hayas centenarias, algunas de más de 300 años compartiendo el espacio con hayas más jóvenes y homogéneas junto con característicos y oscuros tejos, algunos de más de 600 años.






Y en primavera la singularidad amarilla de las llamativas flores de la retama negra. Junto a la vegetación natural existen pinares introducidos mediante repoblaciones, efectuados tanto sobre brezales como sobre el propio hayedo y melojar.
En algunos casos dentro del hayedo, el haya ha conseguido ahogar las repoblaciones que se hicieron, compitiendo favorablemente con el pino, lo que indica su vitalidad.

Fue convertido en Parque Natural en 1978, aunque ya cuatro años antes había sido declarado Sitio Natural de Interés Nacional.

Durante la Guerra Civil fue prácticamente esquilmado, así que será difícil encontrar esos imponentes ejemplares que en otros parajes más septentrionales del país engrandecen las superficies boscosas y las tintan de un colorido característico. Pese a ello, el tradicional aislamiento de estas tierras y las escasas comunicaciones existentes han convertido al macizo de Ayllón y su hayedo en un enclave natural de un alto interés botánico, animal y paisajístico.

El color del macizo es predominantemente gris, marcado por los lanchares de pizarra. Lo recogen en sus perfiles los pueblos desperdigados de la comarca: estamos en la Guadalajara de la arquitectura negra. Villacadima es hoy un pueblo semi abandonado al borde de la carretera que nos conducirá hasta Cantalojas. Por contra, su Iglesia de San Pedro, del siglo XII, es, junto con la de Campisábalos y Santa Coloma de Albendiego uno de los exponentes más importantes del románico rural de esta serranía.

El emplazamiento del Centro de Interpretación de la Naturaleza se distingue fácilmente en mitad de un pequeño bosque de encinas centenarias. Ahí podremos recoger información sobre la Tejera Negra y recibir explicaciones detalladas acerca de la fauna y la flora del Parque Natural. Quedan unos 20 minutos de conducción por una pista forestal hasta el aparcamiento, junto al cauce del río Lillas, donde se han trazado dos rutas.

Es mejor optar por el itinerario principal, llamado Senda de Carretas, que le llevará por el valle del Lillas hasta el collado del Hornillo. De aproximadamente dos horas y media de duración, ayuda a hacerse una idea precisa de la riqueza del bosque.


Está bien señalizada a través de pequeños paneles que informan sobre las distintas especies que habitan este ecosistema. Conviene llenar las cantimploras en la fuente del aparcamiento, ya que no encontraremos otra en todo el recorrido.
El primer frío se acuna en la sierra de Ayllón. Es sólo un aviso, como quien golpea una aldaba contra la puerta y se va a dar un paseo, antes de regresar para quedarse. Probablemente llovió anoche. Los pastizales del comienzo de la ruta, junto al río Lillas, rezuman agua, y, más arriba, ya en el bosque, entre hayas y pinos, la humedad se cuela bajo el jersey. Más vale abrigarse, porque la caminata es larga: casi tres horas a buen paso.

El otoño es tiempo de fiesta en este parque natural. Siempre vienen las visitas (en fin de semana hay que reservar) y siempre muestra el traje de los domingos, los tonos ocres, la muda de la piel. En realidad, el haya es una especie propia de las zonas húmedas, superviviente de los bosques que cubrieron la Península tras las glaciaciones. Verla ahora tan al sur es una rareza, un tesoro al que nos acercamos con tiento y asombro.

La senda de las carretas es el itinerario principal. La salida está en el aparcamiento, y a partir de ahí seguimos la orilla izquierda del Lillas, entre pastizales y pinos.

En el punto en que un arroyo verte sus aguas sobre el Lillas, giramos a la izquierda, hacia el corazón del bosque. El camino se hace entonces empinado. Lo mejor es tomárselo con calma y disfrutar del entorno, del brezal, los robles, los helechos y de la peculiar arquitectura de las carboneras (la obtención del carbón a partir de la madera es un uso recurrente y tradicional).

En Tejera Negra llueve mucho, más que en los alrededores, pero irregularmente. El relente de las primeras horas se nota en los huesos. Afortunadamente, la ascensión termina y deja paso otra vez a la izquierda a una senda ecológica que permite recobrar la respiración y saborear el paisaje: ejemplares de saúco, tejo, mostajo, jara y, por supuesto, de haya.

El regreso, cuesta abajo, nos entrega el último regalo: una vista para enmarcar de la sierra, del valle del río Zarzas, el otro itinerario posible cinco horas con la mochila a cuestas de este corazón verde en el árida Castilla.


junto a la vegetación natural existen pinares introducidos mediante repoblaciones, efectuados tanto sobre brezales como sobre el propio hayedo y melojar. El parque está configurado por los ríos Lillas y Zarzas, que nacen en el valle glaciar de la Buitrera y por un representativo y excepcional bosque de hayas, uno de los más meridionales de Europa.
Merece la pena visitarlo.

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