Saya-Besaya

Los valles formados por los ríos Saja y Nansa constituyen sin duda, uno de los rincones más sorprendentes de Cantábria. En la comarca podemos encontrar una naturaleza donde los bosques aún se manifiestan con todo su esplendor.
El parque tiene una extensión de 24.500 hectáreas y donde robles y hayas acogen a ciervos y jabalíes como especies más representativas, acompañadas de otras menos dominantes, típicas de esas latitudes tales como el corzo y el zorro, así como otras especies amenazadas entre las que destacan el oso y el lobo.
Saja-Nansa se divide en valles como son, el Valle del Saja, Valle del Nansa y la Marina Litoral, con municipios de costa como San Vicente de la Barquera, ya dijimos que un factor característico de estas montañas es su proximidad al mar, especialmente en este caso donde la distancia no llega a 45 minutos en coche.
Robledales como el de Ucieda o hayedos como el de Saja, forman un reducto de bosque cadu-cifolio en contraste con las reforestaciones con pino que se han llevado a cabo.
Ubicado en la zona centro - occidental de Cantabria, toma su nombre de las cuencas hidrográficas de los ríos Saja y Besaya que confieren a este Parque Natural sus peculiares características y singularidades.
Desde el monte del Río de los Vados, próximo a Ucieda, hasta los montes de Saja y Palombera en el límite sur, el Parque Natural Saja - Besaya comprende una amplia superficie forestal de elevado valor ecológico y paisajístico, verdadero paraíso para senderistas.
Los términos municipales englobados en el parque son los de: Arenas de Iguña, Cabuérniga, Cieza, Hermandad de Campoo de Suso, Ruente y Los Tojos, además de la totalidad de los territorios de la Mancomunidad de Campoo - Cabuérniga.
Un total de 24.500 hectáreas de las que una cuarta parte están cubiertas por especies como el haya y el roble, y constituye uno de los parajes más fértiles en fauna y flora del territorio nacional.
Tiene una estrecha vinculación con la Reserva Nacional del Saja, dentro de cuya superficie ( 180.186 hectáreas ) se ubica.
El motivo por el que se creó el parque natural obedece a la necesidad de preservar sus innumerables valores naturales, geomorfológicos, botánicos, faunísticos y paisajísticos.
El único núcleo urbano asentado dentro del parque natural es el conjunto histórico de Bárcena Mayor, en el que podemos contemplar un magnífico ejemplo de la arquitectura rural montañesa, milagrosamente conservada.
Su situación emboscada, lo abrupto de la topografía y adverso clima, debió de hacer de este núcleo un lugar propenso para conservar todas sus cualidades frente al paso de los siglos.
Esta población constituye, actualmente, un importante enclave turístico, en el que se han remodelado antiguas casonas para emplearlas como albergues rurales y viviendas de recreo.
Se trata de un magnífico lugar para iniciar o finalizar un viaje por el parque natural.
El acceso al parque se puede realizar a través de dos importantes vías de comunicación.
Una de ellas es la N-611, que une las localidades de Torrelavega y Rei- nosa siguiendo el curso del río Besaya.
Esta ruta nos conducirá a los pueblos de Villasuso, Los Llares y Pujayo, desde donde se llega al sector noroccidental del parque.
La segunda vía, más cómoda y versátil, se inicia en la carretera N-634 que conduce a Asturias.
Al llegar a la altura de la villa de Cabezón de la Sal tomaremos la CA-180, que nos aproxima al pueblo de Ucieda, para seguir por una estrecha carretera que finaliza en la principal zona de acampada del parque.
Desde este punto, varias pistas y senderos señalizados facilitan recorridos de interés por su interior.
Siguiendo el curso de la CA-280 en dirección a Reinosa, seguiremos hasta alcanzar una desviación a la izquierda que indica el camino hasta el pueblo de Bárcena Mayor, en donde se pueden encontrar albergues, así como una zona de acampada, desde la cual, siguiendo los cursos de los ríos Argoza y Queriendo, se disfruta de magníficos paisajes.
Por último, si preferimos realizar en coche un hermoso recorrido por el corazón del parque, nada mejor que situarse de nuevo en la CA-280, para atravesar el valle del Saja y coronar el puerto de Palombera, desde donde, asomados en el Mirador del Corzo, se puede apreciar una bella panorámica de este enclave.
Los montes más importantes del Parque oscilan entre los 869 metros de El Mozagro, en su vertiente noroeste, y los 2084 metros del Ijan, en su extremo suroccidental.
La disposición orográfica permite diferenciar cuatro zonas: la vertiente del Besaya, las cuencas de los afluentes del Saja medio, el valle de Argoza y la cabecera del Saja.
La vertiente del Besaya es de relieves suaves, atravesados por ríos y arroyos de moderado caudal.
Su área de influencia está formada por los montes de Cieza, Poniente y Montequemado. A medida que avanzamos hacia el sur, estas formaciones van ganando en altitud.
Encontramos importantes bosques de cagigas.
Las cuencas de los afluentes del Saja medio las componen los montes de Viaña y Ucieda, que son de similares características a los anteriores, aunque registran más índice de precipitaciones, lo que se traduce en una red más densa de regatos.
El monte de Río de los Vados, o monte Ucieda, alberga un importante bosque de cagigas. Su singular belleza lo ha convertido en una de la zonas más frecuentadas durante los fines de semana, en los que los excursionistas y asiduos visitantes se acercan hasta el lugar para disfrutar de sus encantos.
La cuenca del Argoza la constituyen zonas más elevadas, pero de mayor amplitud, configurando valles fluviales de mayor anchura, surcados por ríos de apreciado caudal y aguas más frías por efecto del deshielo.
Muchos de estos ríos, antes de llegar al cauce principal, abandonan las zonas altas en bruscos desplomes y cascadas, como la Poza de la Arbencia, en la Sierra de Bárcena Mayor.
La última cuenca, las cabeceras del Saja, la más extensa del parque, la forman ocho montes, la mayor parte de ellos situados dentro de los pisos montanos.
Destaca por su altitud el monte de Fuentes, en cuyas laderas se asientan importantes hayedos, arropados en sus cumbres por acebales que marcan la transición a grandes praderías.

En el extremo suroccidental, los límites del parque vienen determinados por las mayores elevaciones: el Ijan ( 2084 metros ) y el Cordel ( 2040 metros ).
A sus pies, 2000 hectáreas de pastizales acogen cada primavera abundante ganado, que es conducido a estos puertos desde los valles de Cabuérniga y Campoo.
El testimonio más antiguo que dejó el hombre en esta zona son varios menhires grabados que se emplazaron de hace más de tres mil años.
Los lugareños dicen que el hombre primitivo quería señalar a la posterioridad las fuentes del nacimiento del Saja.
Sin embargo, las primeras aguas del Saja tiene su origen en otros dos ríos, el Diablo y el Infierno, nombre con que la sabiduría popular los ha bautizado para reflejar en ellos la rudeza del lugar por el que discurren sus frías aguas, hasta que se encuentran en Tramburríos, donde el Saja recibe su nombre, para, seguidamente, precipitarse hasta el Pozo del Amo, en el puerto de Palombera.Los bosques que caracterizan estos vallles y montañas, cubren en la actualid casi un sesenta por ciento del territorio protegido.
En las áreas más bajas y septentrionales de este espacio protegido, en las que la influencia oceánica se hace más patente, abundan los robledales.
Los robles comunes o cajigas se localizan sobre todo en las cabeceras del arroyo de Cieza y monte Poniente, al pie de los altos de Tordías y Braña del Moral.
Allí se han declarado 193 hectáreas de zona de reserva, con el fin de preservar su actual estado de fragilidad, singularidad y belleza.Al ir ganando el terreno en altura se complementan con los hayedos, que constituyen las más importantes y mejor conservadas formaciones boscosas del parque, ya que se sitúan en los lugares más sombríos y menos accesibles de las montañas, por lo que se han mantenido inalteradas por el hombre, debido a su escaso interés para transformarse en praderías de siega o pastos para el ganado.
Estos hayedos dominan la cuenca media del Argoza y su afluente el Queriendo, así como en la cabecera del río Saja y Cambillas donde, a menudo, acompañados por la niebla, manifiestan todo su esplendor.
Tenemos buenos ejemplos de hayedos en Saja y Bárcena Mayor. Finalmente, las hayas dejan paso a las brañas de las cumbres ( entre 1.000 y 1.300 metros ) en las que crecen los acebales y una concurrida serie de matorrales que conforman verdaderos mantos naturales en áreas como Bustandrán, Bucierca y Palombera.
En las cotas de entre 1.300 y 1.600 metros e incluso superiores, como ocurre en las proximidades de Monte Redondo, en Sejos, se encuentra el abedul, árbol que se asienta principalmente sobre suelos silicios.
Por su excepcional belleza, merece especial atención el recóndito bosque de roble albar en el paraje conocido como Tramburríos, en cuyas espesuras, cuentan las leyendas, tiene su morada el gigante ojancano.
Merece especial atención el monte Ucieda o monte de Río de los Vados, en el que se han acondicionado 11 hectáreas de uso recreativo para dar cabida a la creciente demanda social de este tipo de espacios.
El Parque Natural Saja - Besaya, cuenta con unas 140 especies de vertebrados, valiosísimo patrimonio zoológico que en pocos lugares de la península ibérica es posible reunir.
El oso pardo está extinguido prácticamente, solo se pueden encontrar algunos ejemplares en los Picos de Europa y en este parque.
Su presencia es esporádica, pero regular, sobre todo coincidiendo con los meses otoñales, cuando aprovecha para nutrirse de los frutos que le brindan los bosques del sector suroccidental.
El lobo se deja ver por la mitad meridional del parque, atraído por una riquísima comunidad de mamíferos, tales como corzos, jabalíes y venados.
Encontramos otras especies como la garduña, liebre, marta, turón, comadreja y, aunque más escasa, a la nutria. En los ríos del Parque además de la trucha, están presentes el piscardo y la angula.
Excelente representación tienen las aves: águilas reales, culebreras, perdices pardillas, becadas, pitos negros, trepadores, no son sino el comienzo de una larga relación que cuenta con más de 120 especies, de las que un centenar son nidificantes.
Entre ellas, la que en tiempos fue más emblemática de estos bosques, el urogallo, se encuentra desaparecida en la actualidad, y sus últimos asentamientos en Cantabria se localizan en territorios del Parque Nacional de los Picos de Europa.
Dentro de los anfibios, existen tritones y salamandras, junto a distintas especies de sapos y ranas. Cuatro espe- cies de lagartijas, y varias de culebras y víboras, conforman el grupo de los reptiles.
Valga para reafirmar de nuevo el incalculable valor de este espacio la frase de Félix Rodríguez de la Fuente: "Si tuviera que aconsejar a un exigente naturalista, que además de pretender observar las especies faunísiticas más escasas y raras de nuestro país anduviera escaso de tiempo o no pudiera realizar largos desplazamientos, no dudaría en encaminar sus pasos hacia Santander".
En el Parque Saja - Besaya esta afirmación cobra su máximo sentido. Caminando entre sus verdes valles, con los chasquidos irregulares de las ramas bajos los pies, se alcanza sin duda una relajación extrema.
El Parque Natural del Saja-Besaya es uno de esos pocos lugares en los que aún es posible, y no es mito, olvidar la civilización, los problemas, el ruido mundano.
En él se puede descubrir la esencia más profunda de Cantabria, no en vano, casi la mitad del territorio cantabro está ocupado por reservas de caza y parques naturales.
La Cantabria rural ofrece entre los valles de los ríos Saja y Nansa una serie de lugares perfectos y diferentes para pasar un tiempo de asueto.
La perfecta conjunción entre la flora, la fauna y las aglomeraciones urbanas, ha permitido mantener la esencia original de estos paraísos aún desconocidos.
Es especialmente interesante la zona de la cuenca del río Saja en actividades de montaña, cinegéticas y culturales. Pero sin duda, es el turismo rural el último fenómeno que ha explotado la riqueza natural de estos parajes intactos.
Dichos, cuentos y leyendas por estas tierras hay muchísimas, alguna de ellas os la relato a continuación:
La anjana es el ser bondadoso por excelencia de Cantabria; protege a las gentes honradas, a los enamorados y a quienes se extravían en el bosque o en los caminos. Las anjanas son mujeres hermosas con cabellos largos y finos, adornados con flores y lazos de seda.
Se visten con delicadas y bellas túnicas de seda blanca. Llevan sandalias y un báculo con extraordinarias propiedades mágicas con el que apacigua a las bestias del campo con solo tocarlas; con este báculo se dice que realiza sus magias y curaciones milagrosas.
El origen de las anjanas nadie lo conoce; aunque se rumorea que son mujeres santas que Dios manda al mundo para realizar buenas obras y tras cuatro siglos vuelven al cielo para ya no regresar.
También se dice que son espíritus de los arboles que tienen encargado cuidar de los bosques. Se suelen alimentar de miel, fresas, almibar y otros frutos que les proporciona el bosque.
Viven en grutas secretas de las que se dice que tienen el suelo de oro y plata y en las que acumulan riqueza para la gente necesitada. Pasan el día andando por las sendas del bosque, sentandose a descansar en las orillas de las fuentes y los arroyos parecen cobrar vida a su paso.
Allí, en las fuentes, conversan con las aguas, que entonces manan más alegres y cristalinas. También ayudan a los viajeros perdidos, a los pastores, a los animales heridos y a los árboles que la tormenta, el viento o el ojáncano ha quebrado.
Durante las noches, en algunas ocasiones, se pasean por los pueblos dejando regalos en las puertas de las casa de aquellos que se lo han merecido por sus buenas obras.
Se dice también que las anjanas se reúnen en el comienzo de la primavera en los altos pastos de los montes y danzan hasta el amanecer asidas de las manos en torno a un montón de rosas que más tarde esparcen por los caminos.
Aquel que encuentre una de estas rosas de pétalos rojos, verdes y amarillos será féliz hasta la hora de su muerte. Son hadas buenas de la montaña y son el reflejo de todas las bondades y de misericordias.
Se dice que son la parte buena de la imaginación, hechiceras dulcísimas que alivian las penas, las inquietudes, las ansias, el hambre, la sed y el dolor.
Existe una invocación cuyo origen es legendario en los municipios y valles del parque. Se advierte que esta invocación no es gratuita, “no hay remedio sin dolor, ni cura sin pena”.
La suplica debe ser sincera y se hace al amanecer en el punto y hora en que la anjana deja asomar su báculo por entre las flores que rodean a la torca donde se les invoca:

"Anjana de la compasión
aliviame el corazón
dame un pocu de consuelu
del que diz bajas del cielu
dame un pocu de alegria
en las horas de esti dia
dame un pocu de la miel
y haz de la pena estiel
Anjana de la güena suerti
las mis penas son de muerti
dame tu la bendición
y aliviame el corazón."

Los Caballucos del Diablo surgen en la mágica noche de San Juan en un estallido de fuego y humo. Inundan el silencio de la noche con un bramido infernal que libera la furia contenida durante todo el año.
Los caballucos portan alas de libélula con las que surcan la noche en busca de los tréboles de cuatro hojas que comen para evitar que los mortales los encuentren, y así no darles la posibilidad de tener buena suerte y salud.
Según la tradición histórica los Caballucos son siete y se corresponden con los colores: rojo, blanco, negro, azul, verde, amarillo y anaranjado.
El primero de ellos, el caballo rojo, el más robusto y grande es el jefe que dirige al resto en su misión de búsqueda.
Las leyendas y supersticiones señalan que estos caballos provenientes del infierno, en realidad eran hombres que por sus pecados perdieron su alma y se vieron obligados a recorrer Cantabria por el resto de la eternidad.
El caballo rojo era un hombre que prestaba dinero a los labradores y luego embargaba sus propiedades con sucias tretas; el blanco era un molinero que robaba muchos sacos del molino de su señor; el negro era un viejo ermitaño que engañaba a la gente; el amarillo era un juez corrupto; el azul, un tabernero; el verde, un señor de muchas tierras que deshonró y se aprovechó de muchas jóvenes y el naranja era un hijo que por odio pegaba a sus padres.
El Culebre es un misterioso dragón que las leyendas sitúan en una cueva en los acantilados de San Vicente de la Barquera.
Según la leyenda esta especie de dragon está emparentado con los grandes dragones de otras tierras. Como estos, tiene una sola cabeza y una enorme boca con afilados dientes por la que expulsa fuego y azufre.
Sus ojos tienen el color de las brasas ardientes y todo su cuerpo está cubierto de escamas. En su espalda posee además, unas pequeñas alas de murciélago que le permiten volar.
Se cuenta que el Culebre pierde gran parte de sus poderes en la noche de San Juan, cuando se supone que los conjuros son más débiles.
Sin embargo, la noche de San Bartolomé ve de nuevo incrementados sus poderes, es entonces cuando aterroriza al pueblo.
Según dice la leyenda cantabra, durante un tiempo el Culebre exigió como tributo una doncella virgen para devorarla, sin embargo una vez, una de las doncellas invocó al Apostol Santiago en su defensa y entonces, el Culebre pareciendo herido en su pecho, soltó una nube de azufre por la boca.
Herido y humillado se metió en la cueva para no volver a pedir tributo nunca más a la población de San Vicente de la Barquera

Pues bien... esperamos haberos sido útiles con la recopilación de esta información y haberos puesto a punto, para planificar un viaje a este parque nacional. Animaros... y llevaros algún buen libro para sentaros a la sombra de un roble y sentir el paso del tiempo cubrir sus hojas y tu piel.
Es un misterio y una sonrisa al tiempo. Es verde y sombra. Es fuego y bruma. Es luz y negro. Este parque natural es algo más que todo eso.

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